sábado, 24 de noviembre de 2007

Correr por sensaciones

Me he despertado en su abrazo, que ceñía mi pecho. Y con eso, yo he tenido bastante abrigo.
Le he mirado por encima de mi cadera, interesada en qué tendría que decirme: 50, 44, 68 pulsaciones por minuto. ¡Estás un poco confuso, encanto...!

Me visto con calma las prendas (que están) en el estante, y salgo hacia el edén de mis zancadas.
No quedan restos del par de piezas de fruta y algo más que ingerí, en mis canales.
Hoy prohibo al viento frío circular por mis pantalones. Y no sé qué tricotado tendrán mis calcetines largos nuevos, que siento como unas melenas que alcanzan mis tobillos, y me depilé ayer...

Empiezo suave la carrera y ya noto la bocanada de calor que asomo. Noto el microclima en mi chubasquero, y las mareas de sangre que avanzan y retroceden en mis venas, al vaivén de mis brazos impulsores.
Entonces caigo en la cuenta de que la vacuna de ayer, debe de estar expandiéndose hasta el último capilar de mi carne. Luego, me explico la hazaña de mis velocidades hoy: padecer estafilococos siempre me ha dado la risa floja y gratificaciones similares.

Corro; los digitos kilométricos se van distanciando. Pero si yo fuera una liebre sobre la barandilla (los postes indicadores están a pie de barandilla), lo clavaba.
Corro; pienso en sobrenombrarme "la castigada": ¡tantas vueltas antes de que lleguen y marchen unos y otros...!
Corro; el viento del nordeste sólo sopla cuando me encaro al mar, pone las palmas de sus manos en mis hombros. Pero yo pateo en el sitio. Refrigero mis motores.
Corro; absorbo el agua embarrada con el chapoteo de mis pies.
Sé que puedo correr más. Mis piernas se convierten en fuertes columnas de marmol. Mi corazón bombea a buen rendimiento. Mis pulmones ceden y relajan al máximo serenamente.
Piso firme, tobillos seguros, sin necesidad de reequilibrios y compensaciones, sin requiebros para volver a componer mi postura.
Hasta la meta, la línea que se antoja suficiente en mis progresos.
Y camino. Camino como Armstrong cuando alunizó, como Armstrong cuando hinchaba sus carrillos para soplar su trompeta.

Contra el árbol, desato mis tensiones acumuladas. En el banco, enredo mis piernas más discretamente de lo que gustara.
Estrecho la barandilla en la palma de la mano y siento un cromo de humedad. En momentos así, Hitchcock le hubiera dado otro enfoque a su "Los pájaros" y tal vez lo hubiera titulado, "Los corredores"...

lunes, 19 de noviembre de 2007

¡Monitorízame toda!

Seguí la ruta indicada por mi lista de la compra y tras ello, me dirigí como he pasado a acostumbrar, a contemplar la hoja que contiene la ficha del forerunner y el aviso de que se compra bajo pedido.
Pero no veo esta última anotación y, en la vitrina, un destello púrpura me deslumbra.
En... objeto, "in live" ante mí.

No me centro y reclamo a la reponedora para que me explique las utilidades ausentes: nada imprescindible ni extaordinariamente ventajoso.
Incide en la importante bajada de precio, y el motivo: la cancelación del cliente que lo encargó. Fuera de sospecha. Además puedo echarme atrás sin problemas, me devolverían en metálico todo lo pagado.
Lo pruebo y la chica me deja ahí, escorada (qué grande es el fore este, aunque ligero) hacia la izquierda, mientras sale a buscar la caja para ver si tiene instrucciones en castellano.
No hay mucho que pensar. Sé que lo acabaré comprando y es el momento. Lo celebraré durante unos cuantos autoregalos...

Paso un tiempecillo esperando que se me pase el hormigueo de las manos, que no sé si es del frío pelón del día o de mal síntoma de correoramoribunda. Me pongo una camiseta más o llego taladrando con los dientes el asfalto que hay hasta el parque.

Me cruzo con otra corredora amiga y le saludo con el brazo desescudado.

Puedo correr sin concentrarme en cálculos, aunque seguiré practicando esta habilidad que he desarrollado en situaciones extremas como ésta de correr. No quiero dejar de ejercitar el sector matemático de mi cerebro.
Como contrapartida, intuyo que voy a potenciar, a marchas forzadas, la agudeza visual que refleja en mis sesos con el tamaño de dígito. El dato de las pulsaciones por minuto, dato que consulto y es mi referencia constante, es liliputiense en las tres presentaciones de pantalla que ofrece.

Hasta ahora, he descubierto, de diferente, el plano que deduce del recorrido hecho; las velocidades media y máxima alcanzadas; un hombrecillo que se te compara todo el rato y aun no he activado.
En la medición de la distancia es muy precisa. Se ajusta a las cifras que señalan los postes indicadores.
Hoy me maravillaba pensando en que supera incluso la dificultad del bamboleante movimiento de retroceso y avance del brazo para impulsar al corredor, pero la señal hacia el satélite no parte de ese miembro oscilante del cuerpo (ésto es barroco, no críptico), sino del pecho (debajo de éste, tórax).
Hecho en falta los porcentajes de tiempo en las diferentes zonas de esfuerzo, pero me suena haber leído que lo tiene.
Me queda instalar el programa en el ordenador, para poder volcar todas esas gracietas que sabe hacer este "ENIAC" (primer ordenador de la historia, con tamaño de una habitación).

Despreocupada y observante, miro hacia mi camiseta y creo que debemos de estar en época de eclosión de huevas de insecto, a juzgar por los nuevos "estampados" que ad(qu/h)iere últimamente. Sólo la inexperiencia del neonato puede explicarlo, o las velocidades de crucero que voy alcanzando (me ha hecho mucha ilusión, cuando al llegar casi a la altura de dos paseantes ensimismados en su conversación, han saltado a un lado del susto. He acelerado a 5'06"/ Km. alejándome para que no vieran mi sonrisa sibilina).

sábado, 10 de noviembre de 2007

Deportiva Euskadi

Ayer di a entrenar el recorrido de la imagen (seis Km. de ida y otros tantos de vuelta).

Hay una foto en mi cámara prueba del disturbio de subir la zapa a la sagrada barandilla, frente al despacho del alcalde.
No sale de ahí (la foto)...

Aunque temprano, había suficiente gente en la calle para que decidiera retirarme bajo la pérgola de los jardines a hacer discretamente mis estiramientos.

Veo otros corredores en el paseo y en la playa, alguna veterana bañista adentrándose cual Alfonsina, en el mar, ciclistas por el carril-bici, y ¿qué veo junto a uno de los árboles tamarindo? ¿Un aizkolari (cortatroncos)? No; otro corredor estirándose.
Y enfilé con calma hacia el otro extremo de la bahía.

La hilera de rocas emergía hasta la isla, y parecía estar próximo ese día en que se puede llegar a pie hasta ella.
Deseaba ver bufar los agujeros de ese ingenio escultórico y arquitectónico que es "El peine de los vientos", pero no quise que mis tobillos tentaran la suerte de ese tramo final de arriesgado suelo.

Sobre mis pasos, escudriño en el rostro de un paseante que se acerca, un fondo remoto que me es familiar. Es un conocido músico de la ciudad: Diego Vasallo; de Duncan Dhu, etc.

Varío el recorrido por no tragarme el humo de los bastantes coches que circulan. Atajo entre calles junto a un pequeño parque redescubierto.
Cruzo la zona universitaria, bajo la alameda de plátanos, sobre la amarilla, ocre, verde, roja y crujiente hojarasca.

Dejo a un lado la charca dónde esperaba escuchar croar a las pequeñas ranitas meridionales.
Alcanzo la rotonda en la que tomo mi camino de vuelta. Y aquí a la derecha un detalle gráfico de ese momento.

Me detengo y saco otra vez la cámara del bolsillo de mi chubasquero. Problemas técnicos que me hacen guardarlo de nuevo, con el objetivo extendido.

Mis piernas se encaraman premonitoriamente por la única corta cuesta arriba de mi rodaje. Me emociona escuchar al bandoneonista de los túneles con semejante acústica.
Avanzo fácil, tan llano hasta el final...

De pronto noto que una suave corriente de aire levanta, leve, una lado de mi chubasquero. Me adelanta una corredora que empuja una sillita de niño. Y desaparece fluídamente entre la agitación molecular desordenada del gentío paseante.
Simultáneamente, una gigantesca lata de isotónico viene a mí, y pasa de largo sobre las cuatro ruedas que le llevan por la vía.

Un hombre joven pide dinero y sólo otro hombre desharrapado se le acerca y le ofrece uno de sus dos botellines de agua tibia.

Ésta mañana, cuando iba hacia la estación, un grupo de corredores detiene el tráfico y, sobre el paso de cebra, saludan simpáticos agitando brazos en alto, dando giros sobre sí, saltando...

domingo, 4 de noviembre de 2007

En jarras

Una tingua de pico verde me miraba, lo que debe ser de frente para ella, de costado para mí.
Yo empujaba el árbol, contenía el resorte de mi pierna doblada, plegaba una y estiraba otra a ras del suelo. Y ella, ahí, con su pico y su pulserita verdes, recelosa, como yo.

Sobrepasé la furgoneta-consigna y me disponía a agregarme a la corriente de participantes que calentaban, cuando oigo que me llaman.
Es una mujer veterana avanzada con varias medallas en competiciones nacionales y europeas, con la que he coincidido en las dos últimas carreras. Nos ponemos a trotar. Me dice que va a correr conmigo, que ya ha avisado para que no se preocupen... Le digo que cuando lo vea, que siga para adelante, que yo iré a menor ritmo.

Saludo a otro chico que conocí en el Jurásico (¿un viejo amigo? No. Le conocí en la "Carrera del Jurásico").
Vamos los tres juntos por "el kilometrín", el circuito del emblemático parque de Isabel la Católica, en Gijón, y yo, me convierto en una corredora obstruccionista que intenta recorrer la distancia más pequeña posible con la mayor lentitud -todo se incluye en mi tacómetro-.

Despegamos desde el fondo. El tumulto me viene bien, pero pronto se disuelve.
Mi compañera de carrera me advierte que le parece que voy muy rápido. Es mi idea, aminorar, pero no lo consigo.
Un policía motorizado nos anima a acelerar para no quedarnos descolgadas. De modo que por fín logro ralentizarme...
Dialogo con la veterana avanzada. Por alguna razón, me dice que yo no diga nada que ya habla ella... Y yo lo agradezco infinitamente.
Me pregunta a menudo que cómo voy, me marca los kilómetros hechos cuando aun falta, y me dice los pocos restantes cuando ya la tenemos prácticamente hecha.

Los agentes devuelven al orden a esos peatones con tablas de surf que pretenden atravesársenos a escasos metros por delante. Aunque no pueden hacer nada con esas bocinas que se escuchan.
Al oirlas, me recreo en la idea de venganza por las veces que alguno de ellos me habrá increpado al volante o lo hará, injustificadamente, un día de éstos.

Se me ocurre que el motorista adjunto no pierde el equilibrio ni se le cala la moto, y eso debe ser una buena señal acerca del ritmo que llevamos. Aunque siento curiosidad por el dato inverso de Km/h e intento ojear el velocímetro. Desisto porque me aturullo con el salpicadero.

Nos aproximamos al final, kilómetro 11'7. Gente con dorsales, ya de recogida, avanzan hacia nosotras y nos dedican palmas y jaleo. Nos crecemos.
En las puertas del estadio, otro chico que se adelanta. Mi compañera da un gritito ilusionado, se desvía ligeramente y besa al chico.
Seguimos. Dos corredores nos advierten de que lleguemos hasta la tercera meta. Ahí está.
Puedo escuchar el clamor de las gradas.

Los hombres con lector reclaman a mi compinche, que pasa de largo.
Los cajeros nos leen los código de barras.

Otro conocido de competiciones se me acerca -esta vez no ha participado-. Las puertas abiertas de la furgoneta-consigna dejan ver la última mochila que queda por recoger.
Espero resultados y entrega de trofeos con los "corredores de la curva": 1:08:36.

Yo llevaba un billete ligero para unas sanas cañas, pero he terminado rodando 2000 metros en el kilometrín...