martes, 11 de noviembre de 2008

La conquista del oeste (lejano)

Podía haber hecho 0:20:29.... si el camión-consigna hubiese pasado por meta.
Prisas y nervios nunca fueron buenas consejeros y mi chip, en el interior de la mochila, quedó rápidamente sepultado por el alud de bolsas y era ilocalizable.

Con paso decidido hacia ningún sitio, saco el móvil para la llamada acordada. Ando y desando por la rotonda como un padre primerizo. Estoy incomunicada en zona inalámbrica francesa. Mando un mensaje como tirado en botella, por si llega, y al momento veo en pantalla el nombre de Ana. Aclarado el entuerto de Anas, le agradezco encarecidamente :) la llamada, de intención y resultado alentador (así la gente dejó de pensar que era una loca con móvil de maqueta...)

Los altavoces avisan de la inminente marcha de los camiones consigna, me acelero y ahí se incluye el episodio del chip y otros que me convierten en un ser para dar de correr aparte...

Cajón blanco, no al fondo, que el del camión-escoba te pregunta si te quieres subir, y eso da bajón...: comento con Ana, mi liebre, las notas de la palma de mi mano, el tiempo límite para los kilómetros 10 y 15. Nos corrigen; lo unico que ocurre es que superado ese crono, uno corre bajo su propia responsabilidad, pero el tráfico se mantiene cortado hasta 3 horas y pico después del inicio de carrera. Bien, eso quita presión.

Nos colocamos en fila para facilitar que nos adelanten. Ana imprime un ritmo que no acostumbro para empezar, pero le sigo, ya me descolgaré.
Un árbol del paseo nos despide desprendiendo por el aire su cimbreante confite caducifolio.
Guipúzcoa entera, todos los amigos y familiares de los participantes en la Behobia (éstos son, un Oyartzun, un Azpeitia, un Zumaya enteros, el 1 de cada 100 guipuzcoanos, tirados a la carretera) parece haber confluído en Irún para despedir y desear suerte a los corredores.
Y la hilera humana se extiende tobogán arriba y tobogán abajo de Ventas, y seguimos hacia Gaintxurizketa.

En la escalada, el rasgueo de guitarra así jevilón, como de "Su ta Gar", "EH Sukarra" o semejo que mana de la bucanero-abanderada furgoneta de una pareja con niño, me vuelve el motor de un 127. A partir de ahí, voy cabeceando a derecha e izquierda a ese ritmo, como mi aterciopelado conjuntito fucsia de jooging hacía previsible, hasta la meta.

Los ánimos se te ofrecen en variadas formas, que cabe agrupar por nacionalidad: los paisanos, de niños, te exponen las palmas de sus manos para que las choques. En adulto, dedican algún ánimo a tu nombre y te alegras de darles tiempo a leerlo...
Pero estos galos, esperan agazapados en la cuneta, y cuando te acercas agónica, inician una desconcertante cuenta hasta "trois", para pasar a acompañarte pisándote los talones durante un par de metros.

Envío el mensaje preescrito a mi afición para que se dirijan a los puntos estratégicos. Cruzo el puerto a la sombra del muro de la N-1, sorteando restos.
Lanzo una mirada apagada a las montañas de chatarra que un día tragaron a algún ladronzuelo portuario.
Una chica con la cara encendida deja de correr y los porteadores de mochila también caminan a estas alturas. Yo no sé qué hacer. Veo caer gente como moscas, noto mi agotamiento, y aun queda la subida a Miracruz.

Llegamos a Trintxerpe, busco entre las caras y no encuentro. La percusión con pinceladas celtas, me transpasa hasta el tuetanillo y consigo ahogar un sollozo que lo oirían desde Jaizkibel hasta el Gorbea.
De pronto, un grito que no se corta un pelo y avanza hacia mí, para recular de inmediato porque me intuye capaz de pararme a hablar.
Ya no puedo flaquear. Subo, subo, desconocidos se desgañitan al pronunciarme, me dicen que lo estoy haciendo muy bien. Subo corriendo porque creo que si camino, no retomaré el ritmo. Ya piso el horizonte. Dicen a mi nombre que ya todo es bajar. Y sí, mi corazón se apacigua, pero mis piernas no pueden empujar más fuerte el suelo hacia atrás.

El pasillo de animadores a los lados se hace más grueso. Ya no existe el recorrido. Sé que cogí un vaso con isotónico, lo apreté, sorbí y me atraganté. Cruzaba el mar abierto en dos. Y una refrescante voz o palmada en la espalda no sé, me devuelve la alegría: Ana me soprepasa como una centella. Yo no puedo ir más rápido, pero sí llegaré.
En mi mirar al final del túnel, me pierdo los ánimos de Sergio y Pedro, pero sospecho que fueron igualmente efectivos.

Me adentro en el Boulevard, diviso a mis dos últimos seguidores canos y me voy anunciando desde la lejanía agitando el brazo insistentemente.
Detengo mi crono y lo pretendo con mis piernas. Ana me espera allí mismo e intentamos redirijir nuestras piernas en coincidente dirección mientras hablamos.

Yo espero en cuclillas en la corta y rápida cola para el masaje. Nadie más hace estiramientos. Nadie más lleva ropa de abrigo, ni lleva encima el papel manta metalizado para el río del belén de navidad.

La camiseta sudada con el dorsal me veló desde la silla y yo le sonreía cada vez que me despertaba.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Con nombres y apellidos


¡Ay, dios, qué bochorno!