miércoles, 11 de junio de 2008

El estirón

La foto es de Juan Carlos Tuero (y ella no soy yo)

El otro día caí en un entreno; quiero decir que es como si entrenara por casualidad, no es que esta materia tangible que en tan alta estima tengo, fuera a dar de bruces contra el suelo.

Estiré bajo el dintel y entre las jambas y sali a corretear las calles hasta el parque.
Le había dicho al médico que no, que no podía colgar mis vértebras de ningún lado.
Y, de pronto, una cámara con artefactos variados. Algo me posee y, como una Nadia Comaneci, alargo mis brazos y salto hasta agarrarme con las manos a las asas metálicas. Trato de no bambolearme y hago mis pequeñas estupideces en el intento.

Desde un banco, alguien observa mis evoluciones y yo acabo descolgándome: ¿os creíais que iba a hacer El Cristo? ¡Pues ni Cristo, ni salto del tigre!

Rodé muy tranquílamente, mucho...
Y he tomado una determinación inamovible, creo: pasarme el verano rodando muy muy lentamente, para bajar pulsaciones y no pesar.
Por otro lado fortalecerme con abdominales, escaleras, bicicleta (cuyo uso -con o sin casco- parece bastante arriesgado).

Pero he empezado a leer "El Maratón (teoría y práctica)". No por nada. Parecía el más interesante sobre atletismo.
Hace cien años las competiciones eran mucho más simpáticas: los atletas atajaban, se subían a coches, paraban en una casa a tomar una limonada y decidían repentinamente volver por su cuenta a su país mientras la organización de los Juegos Olímpicos y su delegación le buscaba por todos lados.

Y sigo leyendo...