lunes, 19 de mayo de 2008

¡La he hecho!

Después de mi trashumancia y la de mis cajas por la geografía astur, abandonados los bajos del puente (¡pero qué malita que está la experiencia inmobiliaria!), abro mi sesión de entrenos previos al proyecto que me ilusiona hace meses:
4 kilómetros que encaro volviendo a vestirme ceremoniosamente mi ropa y calzado de corredora y canturreando el tema principal de “2001 Una odisea del espacio” de Kubrick; 10 kilómetros de asfalto que sube y baja hasta llegar a la gravilla de mi antiguo y llano parque; 15 kilómetros acometidos con mesura, parte bajo la lluvia, parte bajo la tejavana de la pista de patinaje.
Y con ese rodaje, y una tregua de días para no lesionarme ni arrastrar cansancio, oso embarcarme en una mediamaratón y a cara descubierta.

Donostia. 17 de Mayo de 2008.
"Village" junto a los cubos de Moneo. Avisto el listado de inscritos a la carrera. Calculo unos 1700 registros. Recogemos dorsal y chip y nos vamos a tomar unos zuritos y unos txakolis.

Donostia. Un día después.
Encuentro al colega en el puente una hora antes de la salida. Gente calentando desde las 8 de la mañana.
Intento escaquearme de calentar corriendo, porque eso que se descuenta de mi aspiración a 21 km. primeros de mi vida. Correteo y más estiro. Y hoy, soy yo la chica más blanca de la playa del Gronx.

Nos situamos en una posición intermedia que oigo a alguien de las inmediaciones calificar de “¡pero qué hacéis aquí, tú, en la zona de viejos!”.
Arrancamos y alguna perversión muy personal me hace sentirme bien cuando la gente me rebasa por ambos lados.

Veo el kilómetro 3 y me sembla que ésto se me va a hacer larguísimo y no lo acabaré. Pero llegamos al Antiguo, me cruzo con la cabeza de carrera, los dos kenianos y busco al otro lado del seto al colega que pronto aparece y saluda al grito de “¡apaaa!”. Desde ahí, y ya sería el kilómetro 5, cada poco, algunos compañeros empiezan a animarnos a nosotros, los postreros. También el público.
Llego al kilómetro 7,5 y cojo una esponja (yo me las había imaginado como bancos sobremarinos de coral) que me exprimo encima evitando mojar el dorsal, como me ha avisado un buen gitanazo.

Moto y bicicletas de la organización se turnan la tarea de escoltarnos y acompañarnos. Nos vamos cogiendo cariño: “ésta la termina”, “¿es el primer 21 que haces?” “¿necesitas que te traiga algo, agua, lo que sea…? “ahora no me dejan seguir por aquí, nos vemos después de la rotonda”, “¿a que me has echado de menos?” “se te ve la cara fresca, si vieras que caras hay por ahí delante…” “así, así, dosifica” “no hables, si prefieres”…

Y pasa el tiempo y los kilómetros y seguimos en la carrera. Y supongo que por esa extrañeza, aumentan los aplausos de colegas y espectadores, incluso de los conductores retenidos:
“¡Claro que sí, claro que sí!”, “Venga txiki”, “aupa, neska”, “¡valiente!” “avant, avant!” y yo devuelvo el aplauso o levanto el dedo (pulgar).
A los 12,5 Km. las esponjas de nuevo, y yo alargo ambos brazos para aprovisionarme de dos.

Pregunto a mi ciclista acompañante si nos devuelven a meta en caso de que finalice el tiempo y nos pille en el otro extremo de la ciudad o volvemos a pie. Dice que ya me llevará aquel (el motorista, supongo).
Frases de admiración, riña de los organizadores a los peatones que se atraviesan inoportunamente, las fuerzas del orden público (municipales y autonómicas), mostrando tímidamente tener un corazoncito aeróbico y entusiasta.
Y yo cojo torpemente las desenroscadas botellas de agua que me ofrecen. Para beber patosa o para refrescarme piel y ropa.
Cojo tres esponjas; una se me cae a medio extorsionar.

La última cuarta parte de la carrera, y a partir de ahí, me uno al corredor anterior. Nos decimos que ya sólo nos queda volver.
Nuestro ciclista favorito contesta a los animadores “¡si nosotros vamos a dar otra vuelta más…!”, “¡no, si ahora vamos a subir a Ulía (el monte junto a la meta)…!”.
Un grupo de gente desconocida se me echa encima vociferando ánimos, y me entra tal emoción que tan pronto acabo de esconder la cara me asalta la duda de si les conoceré, porque ha sido asombroso.
“Ya está, estamos ya”, nos decimos antes de la curva de Sagüés. Mantenemos el ritmo y cruzamos la meta. Estrecho las manos del compañero y de nuestros acompañantes, han sido la clave de poder terminar.

Voy en busca del colega, y creo que van a ser costumbre nuestras despedidas repentinas tipo abandonar, ante el pasmo del resto de conductores, todos los ocupantes, el coche, en mitad de la vía pública para darnos un abrazo y retomar cada uno su camino, o tipo entregarnos una mochila y salir en estampida.
Empiezo a acusar el agotamiento a la espera del masaje o cualquier tipo de atención en mi agonía.
La masajista se topa con mi contractura (o posible micro-rotura según la ergometría en los días anteriores) nalgar y otras del día, pero opta por reactivarme porque me sabe muerta. Y realmente me da igual el mirón adherido a la valla ante el espectáculo de bragas y sujetadores al aire.
Consigo vestirme y llegar bajo techo. Y mi niño en Babia me recibe con una sonrisa que parece saber que algo grandioso ha ocurrido.
Me tumbo hasta la comida. Y después hasta la cena; y el desayuno…
Hoy estoy sentada.

La carrera tuvo lugar un día después de enterarme de la muerte en carrera de Najat Tijani (seguir el hilo de la noticia desde aquí); incuestionablemente, lo más importante que ocurrió en la última edición del Mapoma. Es impresentablemente mezquino que la organización o los medios de comunicación traten de ocultarlo, y supone una predicción paranoica. Es un desprecio por la vida humana, humillante.
Que su familia y amigos nos sepan muy cerca.