
Hoy he tenido tiempo para todo.
He trabajado, viajado, chocado, rellenado el parte amistoso, quitado la corteza de ropa desechable en el coche, comido un plátano y cogido tarde el bus que llevaba a la salida, barritas energéticas, llaves, dos imperdibles, dos euros y fotocopia del DNI encima..
Además, he llegado a meta y antes de lo previsible para mí...
No recuerdo que el sol apretase, ni la bruma envolviese el pueblo, ni hojas en la cuneta de la carretera, de modo que el tiempo mejora.
Con casi una hora de antelación a la estampida, dudo y decido atacar los estiramientos que luego ya compensaré con una dedicada contracción. ¡Estiramientos, muchos estiramientos y sobrestiramientos! Luego lo curo.
Se me ocurre otra actividad que es ir a un urinario. Hago una incursión en el bar más cercano y descubro que no soy la única. En esta actividad, hago unas series y pienso que ya sé para qué eran los dos euros...
Me pongo mis orejeras (miro el suelo más inmediato) y, desde mi posición, la del salmón lento que, contracorriente, remonta el río, veo rebasar a los otros salmones.
Al fondo, se divisan los lomos de las colinas velociraptoras. Lo sé y sugeriría que todos avanzásemos con más sigilo, de una sola pisada podríamos saltar del suelo a su boca.
Oigo conversar a mi escolta: ambulancia, fotógrafo y policía montada... en moto, sobre la pena que supone la diferencia de distancia entre unos y otros...
En la orilla, aficionados simpatiquísimos animan. Un bebé balbucea, desde el coche, su primer "¡amo, tica! (¡vamos, chica!)" para mí. Me preguntan por qué no les cojo a los otros. Con cada apoyo que recibo, me pongo contenta; no es que lleve la coleta muy tirante...
En las subidas y llanos, me lo tomo con calma: soy un motor con velocidad uniforme y potencia. En las bajadas dejo mis piernas sueltas sin necesidad de hacerlas frenar: no veo nada contra lo que estrellar. Aún así, suben mis pulsaciones.
El señor de delante, abandona. Avisa a la retaguardia que él ya ha cumplido, que por él no se preocupen.
Aprovecho la parte cerrada de cada curva. Trazo rectas de curva a curva (dentro de la superficie homologada).
Hay conos señalizadores que se me pasan por alto o no existen, y me sorprende gratamente saberme más adelante de lo que suponía.
Adelanto a uno, no vuelvo a saber de él, aunque no miro atrás.
A distancia prudencial, pregunto sobre qué dirección tomar; no me gustaría tener que retroceder...
Y, sin que eso ocurra, encuentro hasta tres señalizaciones de 6 Km. (¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?)
Una silueta se dibuja más adelante. Noto que lentamente me acerco a ella. Retumban mis pisadas. El hombre gira la cara. Tal vez me sitúo en el ángulo muerto de sus ojos retrovisores y se asusta. Tal vez se siente perseguido por un
Doom (ojo, es una descarga. Puede accederse desde el sitio sin necesidad guadarlo en el pc), y acelera.
En el último kilómetro, serpenteando (licencia literaria) las calles, no hay espectador que no le dedique una frase y se me antoja que es un corredor-alcalde protegiendo su honrilla.
Bajo el arco hinchable, reducimos como en un rodar de adaptación a detenernos.
Se alarman: "¡No, no, seguid un poco más, subid hacia la derecha!".
Últimos metros en recta y llano. Aplausos. Un pasillo de caras y palmas que se estrecha. Un hinchable con la palabra "llegada".
Noto que estoy a punto de alcanzar al corredor-alcalde. Ha decelerado y se echa a la derecha.
Yo aflojo y me sitúo a su izquierda.
Una cara se adelanta y vocaliza "Apriiietaa, niñina!!!".
Cruzamos la meta y nos fundimos entre la gente. Me tienden una lata que sienta como el cielo.