
Los suecos son supercuadriculados, y luego está ABBA.
Los mismos que te organizan un unidireccional y fluído intinerario sin carros, en la elección de mobiliario para tu casa y te ponen impreso y medio-lápiz en la mano, devuelven al orden tu díscolo corretear.
En el año 12 de la pasada centuria, Estocolmo albergó la quinta edicion de los Juegos Olímpicos. Y éstos nativos introdujeron novedades técnicas tales como el cronometraje electrónico activado por pistola de salida, la foto-finish, los aparatos de medición de saltos, pasillos para carrera de 400 m., la Villa Olímpica para albergar a los participantes (salvo USA, que permaneció alojado en su trasatlántico), y la publicación de un cotidiano en tres idiomas para informar sobre el transcurrir de las pruebas.
¡Qué memorables Juegos los de aquel año!
Por primera vez (anteriores convocatorias: 1896, 1900, 1904 y 1908), un corredor de fondo se hace mundialmente famoso: el finés Hannes Kolehmainen (sí, famoso).
Al indio norteamericano Jim Thorpe (rutilante prodigio incluso en bailes de salón) se le acusó de profesionalismo por cobrar 25 dolarcillos en una liga menor de béisbol y se le retiraron las dos medallas de oro conseguidas en pentatlón y decatlón, tras el triunfal recibimiento de sus paisanos.
Un corredor portugués, Francisco Lázaro, para protegerse del previsible calor, se cubrió, como los nadadores, el cuerpo de una grasa que le impidió transpirar, su cuerpo se recalentó, llegó al colapso y murió.
Y mi héroe Manga preferido: Shizo Kanaguri, que desapareció al límite de sus fuerzas en el kilómetro 30. Desde una casa, le ofrecieron un refresco y él se quedó hasta el día siguiente mientras su equipo y la organización le buscaba por todas partes. Shizo recogió sus cosas y volvió por su cuenta a su país.
Con 76 años y 55 años después, con su camisa hawaiana y su Nikon colgada al cuello, volvió y terminó la carrera desde el punto dónde la dejó y hasta franquear la línea de llegada al estadio.