
El día existió alrededor de la carrera.
Me puse en situación y preparé la mochila con lo que pudiera necesitar: muda, gel, toalla, chanclas de ducha, tostadas, york, plátanos, un tenedor, y un taper con verdura.
Puse ruta hacia la carrera. Es increíble la cantidad de agua que puede entrar en un lavacoches por una rendija ínfima...
Llegué y me situé dónde parecía tener reservada una plaza estratégica; frente a la salida, la meta.
Mi plan era inspeccionar el terreno, y así hice. Salí y empecé a caminar al borde del río, localizando las referencias que tenía para los giros. Bien. Todo parece llano y aún no veo el 1% de desnivel por ningún lado.
El viento viene de frente según se toma la salida. Se me ocurre pensar dónde tendré al sol para la hora del inicio y decido que es más extraño preguntar dónde está el norte que preguntar la hora.
Voy a por la cámara y fotografío curiosidades.
Llega un camión, baja un lateral descubriendo un escenario. Se despliegan gentes con cajas, con precintos, reparten las vallas que había amontonadas al pie del kiosco. Allí pegan las listas de inscritos. Anoto mi número de dorsal, calculo participantes, cuento nombres reconocibles de mujeres (¡no, otra vez, no! ¿Sólo cinco de diferentes categorías?).
Gotean más participantes.
Recojo el dorsal, me retiro y cargo energía escuchando "Sultans of swing" de Dire Straits.
Disfruto contemplando la dispersión variada en direcciones, movimientos, y posiciones de los corredores.
Yo, estiro y caliento a tiempo y sin tiempo de agotar las reservas que necesito.
El disparo de salida parece pillar por sorpresa a los que nos estamos aproximando.
Tengo la promesa de ir a mi ritmo, pero me veo envuelta en la corriente de aire que genera la bandada.
Tomo mi posición... me alineo con una pareja tan considerada como yo, que parece que nos dé reparo adelantarnos. Se me escucha respirar y el chico mira hacia mí, nos da ánimos a ambas. Me dice que dé zancadas más cortas, que me fatigaré menos y le hago caso.
Voy rezagándome y echándome a un lado para no preocupar. Pero mira para atrás de vez en cuando. Gesticula y yo sonrío, que es lo que puedo hacer.
Siento, tras de mí, un motor; me preguntan si soy la última: eso creo... Entonces recoje un cono, y reabre el tráfico por allí.
A la orilla de la carretera, me aplauden que vaya tranquilina; me animan desde una ventana. Las ideas son buenas, pero algunos se hacen un lío: "lo importante es llegar, no ganar".
La repregunta: -"¿última?" -"¡Sip! :)"
Me adelanto a la cara espectante que interpreto: -"¡Última!". También se hace un lío y me dice: "¡Que no llegas!".
¿¿¿Qué no llego??? ¿¿¿QUE NO LLEGO??? Nenina, no sabes lo que has hecho. Acabas de despertar a la bestia parda que hay en mí. Y me pongo a dar unas zancadas que son mis pies los que hacen girar a la Tierra sobre su propio eje.
Al fondo, tras la meta, las gaitas sonando y me entran ganas de gritar. Y me siento como una Braveheart cualquiera.
Puse ruta hacia la carrera. Es increíble la cantidad de agua que puede entrar en un lavacoches por una rendija ínfima...
Llegué y me situé dónde parecía tener reservada una plaza estratégica; frente a la salida, la meta.
Mi plan era inspeccionar el terreno, y así hice. Salí y empecé a caminar al borde del río, localizando las referencias que tenía para los giros. Bien. Todo parece llano y aún no veo el 1% de desnivel por ningún lado.
El viento viene de frente según se toma la salida. Se me ocurre pensar dónde tendré al sol para la hora del inicio y decido que es más extraño preguntar dónde está el norte que preguntar la hora.
Voy a por la cámara y fotografío curiosidades.
Llega un camión, baja un lateral descubriendo un escenario. Se despliegan gentes con cajas, con precintos, reparten las vallas que había amontonadas al pie del kiosco. Allí pegan las listas de inscritos. Anoto mi número de dorsal, calculo participantes, cuento nombres reconocibles de mujeres (¡no, otra vez, no! ¿Sólo cinco de diferentes categorías?).
Gotean más participantes.
Recojo el dorsal, me retiro y cargo energía escuchando "Sultans of swing" de Dire Straits.
Disfruto contemplando la dispersión variada en direcciones, movimientos, y posiciones de los corredores.
Yo, estiro y caliento a tiempo y sin tiempo de agotar las reservas que necesito.
El disparo de salida parece pillar por sorpresa a los que nos estamos aproximando.
Tengo la promesa de ir a mi ritmo, pero me veo envuelta en la corriente de aire que genera la bandada.
Tomo mi posición... me alineo con una pareja tan considerada como yo, que parece que nos dé reparo adelantarnos. Se me escucha respirar y el chico mira hacia mí, nos da ánimos a ambas. Me dice que dé zancadas más cortas, que me fatigaré menos y le hago caso.
Voy rezagándome y echándome a un lado para no preocupar. Pero mira para atrás de vez en cuando. Gesticula y yo sonrío, que es lo que puedo hacer.
Siento, tras de mí, un motor; me preguntan si soy la última: eso creo... Entonces recoje un cono, y reabre el tráfico por allí.
A la orilla de la carretera, me aplauden que vaya tranquilina; me animan desde una ventana. Las ideas son buenas, pero algunos se hacen un lío: "lo importante es llegar, no ganar".
La repregunta: -"¿última?" -"¡Sip! :)"
Me adelanto a la cara espectante que interpreto: -"¡Última!". También se hace un lío y me dice: "¡Que no llegas!".
¿¿¿Qué no llego??? ¿¿¿QUE NO LLEGO??? Nenina, no sabes lo que has hecho. Acabas de despertar a la bestia parda que hay en mí. Y me pongo a dar unas zancadas que son mis pies los que hacen girar a la Tierra sobre su propio eje.
Al fondo, tras la meta, las gaitas sonando y me entran ganas de gritar. Y me siento como una Braveheart cualquiera.