domingo, 30 de diciembre de 2007

Resurgiendo de mis cenizas

La falta de entrenos para no potenciar la fiebre, virus, infección y restablecer el estado muscular me tenía desolada.
No servía de nada contar los días. Mi ánimo caía por la improducción de endorfinas y por la idea de que el tiempo y el esfuerzo invertidos se estaban yendo al garete.

Pero llené medio equipaje con las zapas y ropa de correr, y entré en el bus. Era inevitable caer dormida y también lo era despertar con la vibración del cristal en mi cabeza.
Horas infinitas de sueño y, por la mañana, con dolores dorsales de hiperdescanso, y el conocido suceso nalgar, me eché a una calle con hipotemperaturas de 2 a 5ºC al sol.

El deseo de saber de la ciudad me hizo olvidar lesiones y fríos. Me convertí en una cámara, en una grabadora, en un detector, un cuaderno en blanco, sobre raíles.

El pulcro y ordenado puerto deportivo, los coloristas barcos pesqueros, el suelo limpio de cáscaras de karrakelas, alfileres, cucuruchos, turistas, traineras.
Pisé el techo de tiburones, peces globo, manta..., no corrí dentro de un bucle de agua de mar, pero recordé la curiosidad del tradicional juego foráneo de tentar la suerte con las gigantes olas de septiembre, y las silvestres gradas de burlones espectadores.
Un Wailer y su madrugador bebé en sillita, el acolchado bidegorri (camino rojo para bicicletas), una rejilla metálica delicia de admiradores de Marilyn, una corredora, algún surfer, monopatinadores; la corredora, el Wailer y su bebé. Caigo en la cuenta de que le acompañan. Tal vez se apoyan mutuos, en el concierto, en la carrera, en su crecimento...
Diez kilómetros, una hora de bis a bis con la ciudad. La afección glútea, extendida hasta el revés de la rodilla, más una faringitis galopante.

Y el conductor de mi regreso debió de pensar que todo el día iba a ser una guasa torturadora: los múltiples ocupantes para la misma plaza, la viajera-barricada, la película en inglés y subtítulos en francés, los niños-aspirantes a viajeros-barricada, la berreante palmera con cascos...

Después del alegrón por los 10 km. sin retrocesos significativos, no podía renunciar a la única San Silvestre que podía correr: día 30 de diciembre y 11:30 A.M. 4,2 Km. en una carrera de urbanización.
Llego con prudente antelación para inscribirme y calentar. Los montoncitos de niños pequeños con padres entorno a la salida-meta impregnan mi inconsciente, y al cabo de media hora, tras empezar a calentar, pregunto si luego ya corremos los mayores.
La prueba se calcula para las 12:45. Me quedo, por si se adelanta...

Procuro no desgastarme, no enfriarme, pasar desapercibida, hacer el normal... pero algo debo hacer mal. Desconocidos me saludan.
Para mí que la gente cree que voy a ser una competidora fuerte, hasta que me ven llegar la última. No sé qué les hace pensar eso.

La megafonía me amedrenta diciendo que entre nosotros está un renombrado ultrafondista, no sé qué otro ganador internacional, que es una prueba de nivel alto, que se congratulan de que empecemos a participar populares, y mujeres...
¿Y las veteranas marujas ociosas de urbanización y de correr tontorrón que habíamos quedado se me ponían, dónde están?

Nos llaman a la salida; yo acudo silbando y mirando hacia el cielo, dejando pasar a todo el mundo, rezagándome. Hacen la señal, y creo que oí gritos como de combate.
Al poco de salir cuesta abajo y a pleno rendimiento, ya estoy jadeando moribunda. Pienso en abandonar, me queman los muslos, pero me invito a alcanzar el giro de vuelta, y según eso, decidir.
Última o penúltima participante alternativamente, me da pena ver a mis tres discretos seguidores, solos, en un recodo. Y yo a ellos.
No termino de llegar, y la cuesta del 8% no es un incentivo. No quiero saber, no quiero mirar. Orejera vertical. Tipi, tapa, tipi, tapa... (pequeños pasos constantes).
Ascensión concluída y 60 metros llanos para esprintar contra mi tiempo.
En la zona de frenado, me despojan de imperdibles y dorsal; me equipan con un botellín de agua al que hago el vacío (en el buen sentido de la expresión).

Salgo a cámara rápida y estiro en el coche lo que se puede mientras se conduce. Aparco. Abro.
-¿Qué te pasó?
-¿Por qué? ¿Qué hora es? ¡Ah, y diez...!
(Estiro un poco más en el bordillo del plato de la ducha y en el lavabo)

lunes, 17 de diciembre de 2007

Mis hangares

No estoy corriendo.
Quiero decir, además de no tener un dispositivo, habilidad y capacidad para cargar un portátil y teclearlo mientras corro, llevo más de una semana sin correr.

Me felicito por mi suerte de simultanear contrariedades como una gripe no coincidente con la de la cepa correspondiente a mi vacuna, y un algo molesto en un músculo pernil.

Este sábado es la carrera de 8 Km. de Castrillón. Me inscribí en cuanto se abrió el plazo. Y correrla, me compensaría de sobra, de no poder hacerlo en ninguna San Silvestre de este fin de año.

Con fiebre antes del miércoles, no entrenaré. Y, de curarme, podría intentar participar en la carrera hasta el final, mientras no vea peligrar esa cosa del musloculo.

Porque... ¿es deshonroso abandonar, tardar, ser último? ¿es imprescible no recular en resistencia, velocidad, aguante sufridor?

Esta escala podría valerme para actualizar formación del tema, para planificarme algo asequible, y para implantación de sistemas técnicos (léase fore entre otros)

Aprovecho para encabezar la entrada con esa foto que creía inextraíble de la cámara y con que quise ilustrar "Deportiva Euskadi".

lunes, 3 de diciembre de 2007

Tenía prisa

Creía no tener tiempo para una de las carreras que tenían lugar el sábado pasado, aquí en Gijón o "cercanías" (Asturias).
Me aventuré a acercarme a la playa de San Lorenzo para participar en la 8ª Carrera Popular Anti-sida. En 45 minutos, a partir de la hora teórica de comienzo, tendría que irme de allí.

Llegué con adelanto para calentar con dedicación inusual por mi parte (ahora que ya soy capaz de correr hasta 14 Km. puedo calentar lo suficiente como para hacer los 3 kilómetros de competición en mi pleno esplendor). Ya llegaban a meta, las hordas de niños bulliciosos y preparaban su salida los patinadores.

Nos amontonamos en la salida (estrenaba yo posición media-delantera) de salida, y pasados cuatro minutos de la salida, la voz en megafonía insistía en reclutar más participantes espontáneos.
No recuerdo la señal, pero aquello fue como la apertura de unos grandes almacenes el 2 ó 3 de Enero. Estampida y gritos de batalla en la noche.

Creo que corrí lo más que, por ahora, puedo permitirme hacerlo para mantenerlo durante esa distancia (que yo tengo registrada como 2.55 Km) y tiempo (13 minutos 22 segundos); que mi velocidad y frecuencia cardíaca medias (5'14 min/Km y 174 ppm) no andaban lejos de las máximas que alcancé (3'56 min/Km y 182 ppm).

El riego sanguíneo cerebral me impidió fijar el discurso de la megafonía a mi entrada en meta, o la prisa por recoger bártulos (bolsa con "bollín preñao" -ya me podía haber intercambiado talla con el camisetón...- y otros).

Y marché.